A un lado del ring, con el calzoncillo azul: los hombres, heterazos, pelo en pecho, valores tradicionales, toros, familia nuclear; al otro, de morado: las feministas, amargadas, odian a los hombres y les quieren robar su identidad masculina, castrarles y forzarles a que lleven las uñas pintadas. Si no tienes cuidado, a ti, hombre, te harán llevar falda; y a ti, mujer, te harán ser lesbiana.
Esta es la imagen un tanto exagerada que la derecha ha conseguido imponer cuando se habla de feminismo. Es una guerra, nosotras contra ellos. Dicen que odiamos a los hombres, que queremos quitarles sus derechos y su libertad (sobre todo su libertad) para ser como ellos decidan. Atacamos su identidad y amenazamos su modo de vida. Muchos, guiados por unos pocos, se crecen en su identidad, que ante un choque tan frontal sale reforzada y agrandada.
Es normal, porque esos profetas de la masculinidad de toda la vida (la tóxica), apelan al miedo. Miedo a cambiar y miedo a que el nuevo mundo feminista no tenga un lugar para los hombres. Nos adelantan por la derecha apelando de manera muy exitosa al lado emocional de las personas. Y desde la izquierda nos hemos olvidado de que a la gente se le entra por los ojos.
Explicamos largo y tendido lo que es el patriarcado, los privilegios, la cisheteronormatividad, etc… Pero las personas no somos todo racionalidad y lógica, somos sujetos emocionales con deseos, pasiones, miedos y sentimientos. Preguntémonos, ¿qué es deseable de ser un hombre feminista? ¿Por qué iba a querer un hombre una masculinidad no tóxica?
Tenemos que resignificar lo que es ser un hombre feminista, hacerlo atractivo, sexy. La imagen de los hombres feministas en la sociedad, la que cuidadosamente ha trabajado la ultraderecha, es la del hombre blandengue del Fary. El hombre que hace las tareas de casa, que cuida y cocina, que es cariñoso y vulnerable se ha parodiado y ridiculizado al extremo, haciéndola no deseable. En cambio, si un hombre feminista pasa a ser aquello que las mujeres buscan, si los actores más guapos de la tele son feministas o incluso mi futbolista favorito lo es, entonces quizás muchos más hombres lo verán como algo que ellos mismos quisieran ser.
La imagen de las mujeres feministas sufre el mismo problema. Las mujeres feministas no somos unas locas feas, enfadadas y amargadas, que odian a los hombres porque están solteras. Somos gente que cree en un mundo mejor lleno de igualdad y solidaridad. Desde luego no odiamos a los hombres, pero sí su masculinidad tóxica y nociva. Salvemos la masculinidad que el patriarcado empuja y esconde al fondo de un cajón; deconstruyamos la masculinidad, encontrando lo que nos gusta y lo que no, lo que es sano y lo que no. Cortemos de raíz la influencia patriarcal en todos nosotros.
Opino que, si queremos que el feminismo sea la ideología hegemónica tiene que conseguir llegar a todos los públicos, haciéndola accesible a cualquiera y apetecible a todas las personas. Ser excluyentes y excesivamente racionalistas no nos llevará a ningún lado. Si alguien se acerca al feminismo para ligar más, para entender mejor a sus amigas o a sus ídolos, o porque lo ha visto en una serie de Netflix, ¡bienvenido sea!
Esto no quiere decir, sin embargo, que comprometamos nuestros principios ni que cambie el feminismo para amoldarse a todos, sino que es importante encontrar nuevas estrategias políticas para que este movimiento que consideramos fundamental para progresar sea conocido por lo que es y no por lo que lo pintan aquellos que lo temen.