Desde el comienzo de los tiempos, a las mujeres nos ha costado hacernos visibles. Si tuviésemos que creernos la historia que nos enseñan en los centros educativos desde pequeñas, sería muy fácil pensar que las mujeres no existimos, que nunca hemos existido. Para que una mujer destaque en la historia y se hable de ella, tiene que ser mil veces mejor que un hombre, y, aun así, le cuesta hacerse un hueco en nuestros libros de texto; por ejemplo, conocemos a Rosalía de Castro porque la comparan con Bécquer y a santa Teresa de Jesús porque la ponen al nivel de san Juan de la Cruz, pero no sabemos nada de Florencia del Pinar, Luisa de Carvajal o Teresa de Cartagena.
Sin embargo, no solo hemos sido invisibles en la historia y en la literatura, también lo hemos sido en el lenguaje. Hasta que la mujer no comenzó a trabajar mayoritariamente fuera de casa a cambio de una remuneración no se la visibilizó en los puestos de trabajo. A los ojos del machismo, esto solo parecerá el desvarío propio de una feminista o feminazi al borde de un ataque de nervios; en cambio, contamos con varios ejemplos que defienden nuestra tesis.
Desde el colegio nos han enseñado reglas gramaticales que sostenían la existencia de sufijos invariables en cuanto al género gramatical, por ejemplo, la norma admite estudiante, pero no *estudianta; es el artículo el que aporta el género gramatical a la palabra (el estudiante / la estudiante). Lo mismo ocurre con el sufijo –ista. Esto es, podemos decir, según la norma, pianista, pero no *pianisto. Sin embargo, alguna lectora aventajada habrá caído en la cuenta de la existencia de la palabra modisto. La historia de esta palabra es realmente bonita, así que no puedo evitar compartirla. Según el Corpus Diacrónico del Español de la RAE, tenemos el primer registro de este término en 1884 en la novela Cleopatra Pérez; esto nos informa de que la palabra ya se utilizaba con anterioridad. El Diccionario de la Lengua Española incorporó la palabra en 1992 con la acepción “hombre que hace vestidos de señora”.
Pero ¿cómo es posible que los hablantes comenzasen a decir modisto atentando contra las reglas gramaticales del español, y lo que es peor, por qué la RAE lo admitió en el Diccionario sin ningún tipo de marca? La historia de la palabra en cuestión comenzó cuando algunos hombres decidieron hacerse modistas para confeccionar trajes a cambio de una remuneración, no como hacían las mujeres, que cosían para los miembros de su familia sin ningún tipo de recompensa. Ante esta situación, los modistas empezaron a sentirse ofendidos: ellos no hacían trabajos de mujeres, ellos cobraban por su producción. Por eso, para evitar el complejo de “inferioridad”, decidieron empezar a llamarse a sí mismos modistos, sin pensar en el atentado gramatical que estaban cometiendo (atentados, que, según ellos, se producen en palabras como portavoza, pero no en palabras como modisto). Sin embargo, algunos lingüistas de la época no repararon en el “error” y la palabra comenzó a propagarse como la pólvora, por lo que a la RAE no le quedó más remedio que aceptarla, eso sí, sin ninguna marca que advirtiese al lector de que no era correcta gramaticalmente. De este modo, tenemos la palabra modista, que engloba tanto a hombres como a mujeres y modisto, que solo se refiere a los hombres.
Visibilizarnos es difícil. Incluso, hoy en día, hay personas que cuestionan el desdoblamiento. Imagino que no sabrán que el autor o autora del Poema de Mio Cid ya lo hacía hace siglos. También hay personas a quienes les ha costado visibilizar a las mujeres en palabras cuya feminización era mucho más fácil, como el caso de jefe / jefa, y en 1979, el ABC dedicaba su portada a la victoria de Margaret Thatcher como “jefe de Gobierno” y “primer ministro”.
En ese mismo año, 1979, era imposible pensar que algún día podríamos tener aparatos tecnológicos con los que poder hacer llamadas, consultar dudas o hacer fotografías y, en pleno 2020, la tecnología lo ha hecho completamente normal. En 1979 era difícil escuchar jefa y en 2020 es difícil escuchar en España fiscala. Parece ser que el desarrollo de la tecnología no supone ningún problema y no nos da ningún miedo; sin embargo, hacer visible a la mujer con recursos gramaticales totalmente válidos es impensable. De hecho, aún hay personas machistas con ningún conocimiento de lingüística que se atreven a decir que la palabra presidenta es un error, sin saber que su primera documentación data del siglo XV y que se incorporó al diccionario de la Academia en 1803. A esos machistas no les ha entrado un enamoramiento repentino por el español, solo buscan invisibilizar a las mujeres, sacarlas de la gramática, de la lengua, para así poder sacarnos de las instituciones, de los puestos de trabajo y atarnos a la pata de la cama para que solo nos dediquemos a las tareas domésticas. Sin embargo, siguen sin saber lo evidente: el feminismo y las mujeres somos imparables y seguiremos siéndolo.