El mundo de hombres cuestiona a las mujeres, pero no se cuestiona los roles de género.

 

La primera vez que escuché hablar del efecto Dunning-Kruger me pareció encontrar alivio tras tantas discusiones con amigos y conocidos que habían llegado a causarme cierta desazón. Para quienes no lo conozcan, esta teoría explica por qué las personas que poseen menos formación o conocimientos sobre una materia son más propensas a opinar sin filtros sobre dicha cuestión llegando al punto de ridiculizar al resto de interlocutores. Podemos resumir este efecto en una frase: cuanto menos sabemos más creemos saber.

 

Lidiar con quienes creen poseer la verdad absoluta no es sencillo y menos si hacen pasar al resto por ignorantes. Un ejemplo de la extensión del Dunning-Kruger son la pareja de tiktokers, Naim Darrechi y José Nogales y su simposio sobre la realidad del hombre oprimido. Durante un directo en redes sociales ambos aprovecharon su impacto entre los más jóvenes para exponer sus ideas, por llamarlo de alguna manera, sobre el feminismo que hubieran sido más populares en la época medieval. “Hay muchos inocentes en la cárcel, solo con faltarle al respeto a una mujer te pueden detener” y otras joyas más salieron de las bocas de los tiktokers ante millones de seguidores de una media de edad de dieciséis años. Aunque resulte evidente la falsedad de este argumento y quizás su necesidad de atención, algo más me dejó pensando durante todo ese día. Si una mujer hubiera hecho estas afirmaciones sobre un hombre, ¿se le habría creído con la misma instantaneidad? Seguramente no.  Y es que a Dunning y Kruger se les olvidó introducir en su estudio la variable del género.

 

La variable del género atraviesa la relación indirecta entre el conocimiento real y la posesión de sabiduría. Esto no solo sucede en este efecto sino en todos los aspectos de la vida como consecuencia de la existencia de una estructura social patriarcal que busca prevalecer el privilegio del hombre. En este caso vemos que la materialización del patriarcado es el cuestionamiento interno y externo que sufren las mujeres. Desde la infancia se nos siembra una inseguridad genérica, no importa de que estemos hablando que siempre dudaremos de la validez de nuestro argumento. Este cuestionamiento externo constante riega nuestro síndrome de la impostora. Si desde que somos pequeñas se nos dice que no estamos lo suficientemente formadas, que nuestra opinión no merece ser escuchada y que antes de hablar debemos parar a pensar si lo que vamos a decir es acertado o no, ¿cómo no vamos a coartar nuestras interacciones?

 

Una mujer que ha visto que sus opiniones nunca merecen tanto la pena como las de un hombre muy difícilmente opinará sin saber sobre un tema. Si en condiciones normales, poseyendo conocimientos sobre un tema nos planteamos si expresar lo que pensamos, resulta utópico creer que en la situación antagónica haríamos lo contrario. Por lo tanto, las principales víctimas del efecto Dunning-Kruger serían hombres.

 

Ahora bien, otra dimensión de este se nos escapa. Si el hombre que menos conocimiento posee se permite opinar siempre y ridiculizar al resto que está en desacuerdo, ¿puede ser este otro micromachismo que aumente la desigual participación de las mujeres en los debates públicos? Con la participación de las víctimas del Dunning-Kruger no solo se les cuestiona, además de infantilizarlas, sino que también se les ridiculiza. Opresión por partida doble, y no la que alega Naim Darrechi.

 

Hombres, poned de vuestra parte para que la voz de cada mujer sea escuchada. Mujeres, si no afrontamos el miedo a expresar nuestra opinión y ser juzgadas por ello nunca podremos hablar por nosotras mismas. No podemos esperar a que el cuestionamiento desaparezca.

 

El principal desafío actual es cuestionar los roles de género, no a las mujeres.

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