El otro día alguien me preguntaba: ¿Qué es el amor? ¿Qué significa amar a una persona? Buscando, encontré mil definiciones, mil formas parecidas, pero no iguales de entender el amor. Me detuve en poetas que hablan del amor como algo tan profundo que ni con palabras puede expresarse, algo que te complementa, pero que también puede desgarrarte por dentro. Leí también algunos artículos científicos que abordaban el amor como una droga o embrujo producido por la interacción de la dopamina y la serotonina. Incluso me detuve en algún manual, de no hace mucho tiempo, que explicaba cómo debía demostrárselo “una buena mujer” a su marido.

En estos tiempos el amor es omnipresente; Así es como llegué a mi primera certeza: el amor es un constructo social ¿Significa esto que el amor es una alucinación colectiva? No, en absoluto. Este concepto, así como todos los demás, es significado, deconstruido y resignificado por las diferentes sociedades, culturas y grupos en diferentes etapas. Dicho de otro modo, la forma en que vivimos el amor, en sus diferentes dimensiones, es algo que aprendemos de nuestro entorno y nuestros grupos sociales. Por supuesto, esto no significa que seamos esponjas que absorbemos de nuestro entorno sin cuestionar. Nosotras y nosotros tenemos el poder de cuestionar estas enseñanzas, reformularlas y derribarlas de manera colectiva. Ejemplo de esto último es la labor que lleva ya tiempo realizando el feminismo, cuestionando los mandatos de roles de género o visibilizando las violencias que sufrimos las mujeres, entre otras muchas cosas.

Pero sigamos ahondando en el tema de este artículo. Si abordamos el amor, es imposible no tratar el que podría ser El Amor por excelencia: el amor romántico. El amor idealizado que se nos muestra en esas películas y series que nos encantan, que nos describen los libros que leemos o que les enseñamos a niñas y niños, casi, desde la cuna. Bien, podemos entender el amor romántico como un modelo de afectividad que se encuentra asimilado (es decir naturalizado) e idealizado. Este concepto queda incompleto si no se aborda el concepto del patriarcado, sistema en que se nos socializa desde que nacemos y que establece qué se cabe esperar de nosotras y nosotros, también en el amor. Se caracteriza por estar basado en la falsa creencia de superioridad del hombre sobre la mujer. Esta idea es incorporada o inhabituada (en términos de Bourdieu) y por tanto, llevada a nuestro hacer cotidiano. Así, el patriarcado y su idea de superioridad masculina genera en la práctica relaciones de poder asimétricas entre ambos sexos. Esto hace que la misma acción o situación tenga una serie de significaciones y repercusiones diferentes dependiendo de si eres hombre o mujer.

Recapitulando, el patriarcado es un sistema cultural, político, social y económico que se caracteriza por la idea de superioridad del hombre sobre la mujer. Esta creencia condiciona la forma en que van a darse las relaciones entre ambos sexos, incluidas las relaciones amorosas. Bajo este paraguas ideológico se desarrolla el amor romántico y esos mitos que reproducimos en nuestras relaciones una y otra vez. Mitos como como: “el amor puede con todo”, el mito de la “media naranja”, la creencia de que por amor se debe renunciar a la intimidad o la normalización de los celos. En estas creencias, estarán presentes los roles de género, generando, en último extremo modelos de relaciones alienantes, que desposeen a la persona de su propio ser, su propia identidad. Y, por si no quedase claro, afirmaré: esto no es igual para las mujeres y hombres. La existencia de relaciones asimétricas de poder entre sexos hace que cualquier vivencia o acción impacte de forma diferente en un hombre o en una mujer.

Dada la cercanía del 25 de noviembre, veo necesario hablar de la violencia de género y cómo el amor romántico facilita su desarrollo. Desde fuera surge la pregunta de ¿por qué no se va? La respuesta es simple. Ninguna historia de amor empieza con golpes, insultos o menosprecios. La violencia empieza con pequeños gestos que quedan justificados gracias a mitos del amor romántico. Pequeños actos como tener que dar la contraseña de nuestras redes sociales, soportar celos, vestir o comportarte de una forma determinada para no enfadarle. Con el tiempo, estas acciones acaban derivando en humillaciones, insultos, chantajes emocionales, amenazas, e incluso, agresiones físicas.

Pero si hay algo que deja huella, es el deterioro del autoconcepto que sufren las mujeres fruto de la violencia. En términos del psicólogo social Cooley, la formación de la identidad es un proceso que se lleva a cabo a través de la interacción con el entorno y las personas y grupos que la rodean.  El “otro” se convierte en un espejo que nos devuelve una determinada imagen que contribuirá a cómo construimos nuestro autoconcepto.

En estas relaciones el maltratador, intencionadamente, va alejando a la mujer de sus círculos de amistades, familia, relaciones cercanas… Además de controlar el resto de ámbitos cotidianos en los que esta se desenvuelve.  De este modo, la mujer queda atada a una relación de violencia cíclica1 (de estadillos de violencia y etapas de tregua) en la que su mundo entero es controlado por su maltratador y en la que las imágenes que recibe de ella misma son negativas. Creencias como la falta de valor personal, la incapacidad de hacer cosas bien o la soledad fuera de la pareja se alojan en su autoconcepto. La violencia de género desgarra a las mujeres por dentro, tambaleando lo más sagrado: el quiénes somos. A esto hay que sumarle el cuestionamiento y puesta en duda que sufren por parte las instituciones y la sociedad. Así como la socialización de género o esa idealización del amor romántico que tenemos.

¿Qué podemos hacer nosotras? Convertir la sororidad en nuestra mejor arma. Acompañar a las mujeres que están o han estado en esta situación, escucharlas desde el respeto, sin lástima, pero con compasión. Y, tomen la decisión que tomen, hacerle saber que sus hermanas caminan a su lado.

Ciclos de la violencia de género

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