Son las nueve y media de la mañana de un lunes cualquiera. Bajo las escaleras y disfruto del olor a café recién hecho.

– Anita, ¿te pongo un poco? –Me pregunta Clara señalando una taza azul descolorida–.

– Sí porfi –le sonrío–.

– Clara, porfa –dice Alejandra– échame un culín, pero muy poco tengo la consulta llena.

– ¡Todos los lunes lo mismo! –reclama Candela– se os ha olvidado comprar la leche de soja.

– Anda tonta, esta tarde voy yo –le tranquiliza Clara–.

Mientras me echo las últimas gotas de leche semidesnatada rica en calcio, miro fijamente la taza. Cada día pierde un poco de color, ¿cómo lo hará? me pregunto. En un momento en que la posible historia de la taza me deja de resultar interesante, me enganchó a la conversación que me rodea.

– Fuimos a cenar, que este fin de semana le tocaba a Carlos los niños –contaba Clara–.

– Pero, a ver, a ver que yo me entere –grita Alejandra desde el otro lado de la sala, mientras recoge las tostadas recién hechas– pero, ¿este es el de Tinder?

– Si tía, el mismo. Que al final, yo que sé…me he animado. Ya ves tú, ¡a mi edad!

– ¡Anda exagerada! –exclamamos todas al unísono–.

Vuelvo a mirar la taza, «pero, ¿cómo puede ser que tenga ese color si no hay lavavajillas?», pienso.

– Bueno, lo importante- me conecto en el momento justo- ¿os habéis acostado o no? – ¡Queremos detalles! –pregunta insistente Candela–.

– A vosotras os lo voy a contar que sois casi menores de edad– responde Clara mientras que nos hace un gesto con bastante malicia a Candela y a mí. Bueno me subo «niñas» –dice con retintín– que tengo mucho lío.

Miro a Candela y me sonríe, me pone cara de «nosotras nos quedamos un poquito más que no empezamos hasta las 10:00»

Alejandra y Candela abren debate sobre en qué cita es buen momento para mantener relaciones sexuales. Contra todo pronóstico, me resulta muy difícil meterme en la discusión. No es que yo no haya pensado nunca en esta idea. Tal vez, lo he hecho demasiadas veces.

Educarse en una sociedad donde el deseo femenino debe ser ocultado, disfrazado o disimulado, no ayuda al hecho de vivir la sexualidad desde una tranquilidad y despreocupación (no confundir con responsabilidad) que conlleva la misma.

Dice Tamara Tenenbaum En el fin del amor que «El lugar para el placer, para animarse a desear y a coger cuando uno quiere es algo que se construye, que se pide y se pelea frente a una cultura patriarcal que te dice que eso no es para vos».

Tal vez, puedan sonar extrañas o exageradas estas palabras, en una generación como la mía (perdón por usar el plural y haberme apropiado de toda una generación, pero quizás cueste menos así). Hemos crecido en una aparentemente libertad sexual, nuestros referentes ya no eran chicas «modositas» que preservaban su sexualidad para el «novio perfecto», algo que le ocurría a Rory Gilmore en Las chicas Gilmore, sino que, nosotras crecimos con la deslenguada, atrevida y elocuente Yoli de Física o Química que eligió a sus parejas en una supuesta capacidad de elección. Incluso, para aquellas generaciones posteriores a la mía, que dos de cada tres anuncios en YouTube son sobre los grandes beneficios del succionador de clítoris.

Pero si a día de hoy, se puede seguir oyendo el debate sobre las «actitudes perfectas» en una cita o dudas sobre porque a veces el «no» no tiene por qué significar «no», es porque algo se le olvido a Yoli o a YouTube contarnos.

¿Por qué en el terreno de la seducción la mujer sigue siendo la que otorga o no el paso al encuentro íntimo? ¿Por qué en ocasiones, seguimos pensando «no le contestes todavía», que parezca que sigues ocupada? Quizás porque Rory a ojos de hoy puede parecer un poco «pavisosa» pero en realidad consigue aquello que la sociedad espera «la estabilidad emocional» que da una pareja. Y si para ello el sexo tiene que ser un elemento intercambiable en el proceso, vale la pena con tal de conseguir el objetivo.

Tenenbaum expone en su libro como la negativa hacia las relaciones sexuales por parte de la mujer se ha ido erotizando a lo largo de los años. Hoy en día sigue siendo un recurso recurrente en el relato erótico o pornografía. Porque todo aquello que tiene ver con una mujer como ser deseante, se rechaza, se justifica –porque Yoli era muy libre, pero ella lo que quería en realidad era tener un novio como Cabano, perdón por el spoiler– o se anula. Se plantea, además, el término de la cultura del consentimiento. Tenenbaum llama a la necesidad de cuestionarse todo lo establecido hasta ahora, incluso aquellas relaciones o vínculos que en un primer momento puedan parecer idílicas en la superficie de esta sociedad aparentemente concienciada «(…) la vida en libertada es mejor, pero quizás sea más incómodo que quedarnos en las estructuras que nos enseñaron desde siempre».

– Ana, guapa que vamos tarde. Deja de fregar la maldita taza que va a pasar de azul a gris. «Nenas» mañana me decís cuanto os debo de «bizum».

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