Durante siglos las mujeres hemos sido relegadas al papel de cuidadoras, se nos han impuesto determinados roles y estereotipos de género que nos han encasillado y no nos han permitido crecer como personas ni desarrollar nuestras pasiones. Pero desde que el movimiento feminista iniciara su lucha por la emancipación de la mujer en el siglo XVII, muy poco a poco nos hemos ido incorporando a todos los sectores de la sociedad. Hemos asistido a cambios radicales en la vida de las mujeres, nos hemos ido liberando para empezar, por fin, a acceder a puestos relevantes en lo público y en lo privado. Y pese a todo lo avanzado aún estamos muy lejos de alcanzar la igualdad real en todos los ámbitos. Por eso, me gustaría tratar en este artículo ese síndrome que conocemos como “el síndrome de la impostora”.

¿Alguna vez habías oído hablar de él? La primera vez que una compañera feminista me lo explicó, le puse nombre a muchas de las cosas que me ocurrían en mi día a día y que me impedían disfrutar de mis avances y logros.  Y es que este síndrome nos afecta a todas o casi todas. El miedo al fracaso por no ser lo suficientemente buena, el no poder interiorizar tus logros ni creer en tus propias capacidades, temiendo así ser descubierta cualquier día como una especie de “fraude”, se conoce como el síndrome de la impostora.

Fueron las psicólogas Pauline Rose Clance y Suzanne Imes quienes en 1978 le pusieron nombre al realizar un estudio sobre este fenómeno que muchas mujeres alrededor de mundo sufren. Cuando una mujer es preguntada por cómo ha conseguido el éxito que tiene en su vida profesional, en su respuesta aparen factores externos o ajenos a ella. “No es para tanto, solo he tenido suerte” es una de las frases que más escucho cuando felicito a alguna compañera o amiga por sus logros.

El motivo por el que se produce este síndrome en las mujeres tiene mucho que ver con los roles de género. Estos son definidos como el conjunto de normas, comportamientos y responsabilidades en el ámbito social, cultural y político que un sistema social asigna a las personas dependiendo su género. El perfeccionismo y la autoexigencia que la sociedad nos impone hace que desde una temprana edad se desarrolle una baja autoestima entre las mujeres. Y es que diversos estudios demuestran que desde los seis años las niñas ya tienen sentimientos de inferioridad respecto a sus compañeros. Además, la falta de referentes femeninos lleva a que no sean capaces de asociar la inteligencia a su sexo. Esta diferenciación hace que la población femenina pronto empiece a cuestionarse sus propias habilidades e inteligencia, atribuyendo así su éxito a factores externos como la suerte o a un esfuerzo extra.

Deshacerse del síndrome de la impostora no es sencillo. Decirnos entre nosotras “tranquila, no eres la única”, definitivamente ayuda. Y es que la sororidad es una de las herramientas más poderosas que nos ha dado el feminismo. Animar a nuestras amigas, compañeras y conocidas a entender que su éxito no es solo suerte, apoyarlas en los retos que emprendan en sus vidas y compartir entre nosotras la sabiduría feminista, son formas de hacernos más fuertes. Por ello creo firmemente en la utilidad y necesidad de este proyecto que lanzamos desde Juventudes Socialistas de Madrid. Debemos crear espacios donde podamos visibilizar nuestra lucha y avances porque solo así seremos capaces de sentirnos libres cada día.

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